Dicen que la melancolía es la
felicidad de estar triste. Quizás ese es el sentimiento que mejor refleje lo
que sentí al acudir a la revisión con mi médico cuarenta días después de dar a
luz a mi segundo hijo. Ya no hay tripa, ni movimientos y en la ecografía ya no
se veía ningún bebé. Sé que se acaba una etapa de mi vida, la más maravillosa
de todas: la de mis embarazos y nacimiento de mis niños. Me cuesta expresar lo
que ha significado para mi cada uno de estos nueve meses. El embarazo es una sorpresa
continua, un regalo de la naturaleza a la mujer que nos da el privilegio de
sentir cada día como una nueva vida crece en nuestro interior. ¿Hay algo más
apasionante que eso? El vínculo que se establece con ese niño incluso antes de
que nazca es tan fuerte que te permite amar antes de conocer, de tocar o de
besar. Amas lo que hay dentro de ti con
tanto mimo que traspasa cualquier definición de la palabra amor.
Sé que no habrá un tercer
embarazo y quizás de ahí que nazca esa melancolía al recordar esta etapa que se
termina. Ya tengo a mis hijos conmigo, a mi
lado. Los puedo abrazar, besar, achuchar y espero compartir con ellos
hasta el último día de mi vida. Pero este sentimiento que tengo durante estas
semanas quizás lo pueda comparar con la realización de una obra de arte. El
artista es feliz, contempla el resultado final y dispondrá de ella para el
resto de su vida pero quizás también igual de hermoso haya sido el tiempo que
ha dedicado a terminarla, a cuidar cada detalle, las horas que han pasado
juntos hasta que se ha completado esa creación.
Recuperarse de dos cesáreas no es
tarea fácil, y sin embargo repetiría una y mil veces poder volver a revivir el
nacimiento de mis dos hijos. No he tenido lo que se conoce como “parto natural”
pero para mí han sido los momentos más emocionantes e imprescindibles de mi
vida. En ese quirófano me he sentido cuidada y acompañada por mi médico y todo
su equipo. Fueron capaces de que un parto en quirófano tuviese la magia del
nacimiento más maravilloso del mundo.
Dieciocho meses en total, dos
embarazos y fin de un ciclo como mujer. Ahora toca disfrutar cada día de ellos,
verlos crecer y amar aún más lo que ya amaba antes de que naciese. A ti Gaby
que naciste con los ojos abiertos y sin llorar y Adrián con los ojos muy cerrados y llorando un poquito. Uno llegó en verano y
otro en invierno. El mayor nació por la noche y el pequeño durante el día.
Diferentes pero idénticas sensaciones. Con estas líneas y antes de que este
sentimiento se difumine quería escribir lo que siento hoy para compartirlo con
vosotros mañana. Os quiero.