domingo, 27 de enero de 2013

Me cambias por eso que llaman vida...


Dicen que la melancolía es la felicidad de estar triste. Quizás ese es el sentimiento que mejor refleje lo que sentí al acudir a la revisión con mi médico cuarenta días después de dar a luz a mi segundo hijo. Ya no hay tripa, ni movimientos y en la ecografía ya no se veía ningún bebé. Sé que se acaba una etapa de mi vida, la más maravillosa de todas: la de mis embarazos y nacimiento de mis niños. Me cuesta expresar lo que ha significado para mi cada uno de estos nueve meses. El embarazo es una sorpresa continua, un regalo de la naturaleza a la mujer que nos da el privilegio de sentir cada día como una nueva vida crece en nuestro interior. ¿Hay algo más apasionante que eso? El vínculo que se establece con ese niño incluso antes de que nazca es tan fuerte que te permite amar antes de conocer, de tocar o de besar.  Amas lo que hay dentro de ti con tanto mimo que traspasa cualquier definición de la palabra amor.

Sé que no habrá un tercer embarazo y quizás de ahí que nazca esa melancolía al recordar esta etapa que se termina. Ya tengo a mis hijos conmigo, a mi  lado. Los puedo abrazar, besar, achuchar y espero compartir con ellos hasta el último día de mi vida. Pero este sentimiento que tengo durante estas semanas quizás lo pueda comparar con la realización de una obra de arte. El artista es feliz, contempla el resultado final y dispondrá de ella para el resto de su vida pero quizás también igual de hermoso haya sido el tiempo que ha dedicado a terminarla, a cuidar cada detalle, las horas que han pasado juntos hasta que se ha completado esa creación.

Recuperarse de dos cesáreas no es tarea fácil, y sin embargo repetiría una y mil veces poder volver a revivir el nacimiento de mis dos hijos. No he tenido lo que se conoce como “parto natural” pero para mí han sido los momentos más emocionantes e imprescindibles de mi vida. En ese quirófano me he sentido cuidada y acompañada por mi médico y todo su equipo. Fueron capaces de que un parto en quirófano tuviese la magia del nacimiento más maravilloso del mundo.

Dieciocho meses en total, dos embarazos y fin de un ciclo como mujer. Ahora toca disfrutar cada día de ellos, verlos crecer y amar aún más lo que ya amaba antes de que naciese. A ti Gaby que naciste con los ojos abiertos y sin llorar y  Adrián con los ojos muy cerrados y llorando un poquito. Uno llegó en verano y otro en invierno. El mayor nació por la noche y el pequeño durante el día. Diferentes pero idénticas sensaciones. Con estas líneas y antes de que este sentimiento se difumine quería escribir lo que siento hoy para compartirlo con vosotros mañana.  Os quiero.