Vergüenza es lo que siento al ver las durísimas imágenes que nos llegan de la hambruna que se está viviendo al este de África. Durísimas como otra tantas que hemos conocido a través de televisión y prensa. Diferentes conflictos, diferentes hombres, mujeres y niños pero el mismo dolor, el mismo llanto y la muerte como protagonista.

A mis 15 años, el Genocidio de Ruanda en 1994 me impresionó de tal manera que me prometí que jamás me acostumbraría a ver el hambre, las guerras y el dolor. Y así fue con el interminable conflicto en Sierra Leona, las matanzas de Darfur,la Guerra del Congo... El nudo en el estómago no desaparece. Y te preguntas el por qué. Y te repites una y otra vez: hambre y sed.
Y sabes que hemos llegado a la luna, que hemos inventado el Iphone y el Ipad, pero no hemos querido encontrar la fórmula, la ecuación, los recursos, la voluntad de intentar que en pleno siglo XXI, el hambre y la sed no maten. Vergüenza, rabia e impotencia de mirar al hambre al los ojos aunque sea a través de imágenes.
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